CRISTO TENTADO.
Apenas bautizado por Juan, JESÚS va al desierto; de la multitud a la soledad.
Había estado hasta entonces entre las aguas y los campos de Galilea y las encrespadas orillas del Jordán; ahora va a los montes pedregosos, donde no nace fuente, donde no espiga grano, donde únicamentre crecen reptiles y espinos.
Había estado hasta entonces entre los braceros de Nazaret, entre los penitentes de Juan; ahora va a los montes solitarios, donde no se ven rostros ni se oyen vocen humanas. El hombre nuevo pone por medio entre sí y aquéllos el destierro.
La soledad es un sacrificio tanto más meritorio cuanto más doloroso. La soledad, para los ricos de alma, es Premio y no Expiación. Una antevíspera del bien cierto, una creación de la belleza interior, una libre reconciliación con todos los ausentes. Unicamente en la soledad vivimos con nuestros semejantes; con aquellos que en la soledad hallaron los magnánimos pensamientos que nos consuelan de los bienes que abandonamos.
No puede soportar la Soledad el mediocre, el pequeño. El que no tiene nada que ofrecer. Quien tiene miedo de sí y de su vacío. El que vive de continuo en la soledad del propio espíritu, desolado desierto interior donde no crecen sino las hierbas venenosas de los parajes incultos. El inquieto, el aburrido, el acobardado, cuando no puede olvidarse en los demás, aturdirse en las palabras ajenas, engañarse en la vida ficticia de los que se empeñaban en él, al mismo tiempo que él de ellos; el que no sabe vivir sin mezclarse, átomo pasivo, a los arroyos que vierten todas las mañanas las cloacas de la ciudad.
JESÚS ha estado entre los hombres y volverá entre los hombres porque los ama. Pero frecuentemente se esconderá para estar solo lejos aun de los discípulos. Pra amar mejor a los hombres es menester abandonarlos de cuando en cuando.
Lejos de ellos nos acercamos a ellos. El pequeño recuerda únicamente el mal que le han hecho; su noche está agitada por el rencor y la boca atosigada por la ira. El grande no recuerda sino el bien y, en gracia a aquel pico bien, olvida el mal recibido. Hasta lo que no fué perdonado en el acto se borra del corazón. Y vuelve entre sus hermanos con el corazón de antes.
Para JESÚS, estos cuarenta días de soledad son la última preparación. Durante cuarenta años el pueblo hebreo -figuración profética, en este punto, de CRISTO- hubo de errar por el desierto antes de entrar en el Reino prometido por DIOS; durante cuarenta días hubo de permanecer Moisés junto a DIOS para escuchar sus leyes; durante cuarenta días hubo de caminar Elías por el desierto para huir la venganza de la mala reina.
También el nuevo libertador ha de esperar cuarenta días antes de anunciar el nuevo Reino Prometido y permanecer a solas con DIOS cuarenta días para recibir de ÉL las supremas inspiraciones.
Pero no estará solo completamente. Están con Él la fieras y los ángeles. Los seres inferiores al hombre y los seres superiores al hombre; los que le arrastran y los que lo elevan; los seres todo materia y los seres todo espíritu.
El hombre es una Bestia que ha de convertirse en Ángel. Si la Bestia prevalece, el hombre cae por debajo de las Bestias, porque pone su entendimiento al servicio de la bestialidad: si el Ángel triunfa, el hombre le iguala, y en vez de ser un simple soldado de DIOS, participa en cierto modo de la misma Divinidad. Pero el Ángel caído, condenado a tomar forma de Bestia, es el enemigo encarnizado y tenaz de los hombres que se angelizan y quieren subir a la altura de que él fué arrojado.
JESÚS es el enemigo del mundo, de la vida bestial de los demás. Ha venido para que las Bestias se conviertan en hombres y los hombres en Ángeles.
Ha nacido para cambiar el Mundo y para vencerlo. Es decir, para combatir al Rey del Mundo, al Adversario de DIOS y de los hombres, al maligno, al burlador, al seductor. Ha venido para arrojar a Satanás de la Tierra, como el Padre lo arrojó del Cielo.
Y Satanás, al cabo de los cuarenta días, llega al desierto para tentar a su enemigo.
La necesidad de llenar todos los días el propio saco es el primer estigma de la servidumbre a la materia, y JESÚS quería vencer también a la materia. Cuando esté entre los hombres comerá y beberá para hacer compañía a sus amigos, y también porque se debe dar al cuerpo lo que, según la ley, le pertenece, y, en fin, por visible protesta contra los hipócritas ayunos de los Fariseos.
Uno de los últimos actos de la misión de JESÚS srá una cena; pero el primero, después del Bautismo, un Ayuno. Ahora que está solo y no humilla a los compañeros de vida sencilla ni puede ser confundido con los pietistas, se olvida de comer.
Pero al cabo de cuarenta días tuvo hambre. Satanás esperaba, achatado en invisible, aquel momento. Si la Materia quiere Materia, le quedaba una esperanza. Y el Adversario habla;
-Si eres Hijo de DIOS, dí que estas piedras se conviertan en panes.
La respuesta está pronta:
-No sólo de oan vive el hombre, sino de toda palabra de DIOS.
Satanás no se da por vencido, y desde la cima de un monte le muestra los reinos de la Tierra:
-Yo te daré todo este poder y la gloria de aquéllos; porque a mí me han sido dados y los doy a quien quiero. Si te inclinas ante mí, todo será tuyo.
Y JESÚS responde;
-Atrás, Satanás, que está escrito: Adorarás al Señor tu DIOS y a ÉL sólo servirás.
Entonces Satanás le lleva a Jerusalén y le sube al pináculo del Templo;
-Si eres el Hijo de DIOS, échate de aquí abajo.
Pero JESÚS, al punto;
-Se ha dicho: no tentarás al Señor, tu DIOS.
"Acabadas así las tentaciones -sigue Lucas-, el diablo se alejó de ÉL durante algún tiempo".
Veremos también su vuelta y su última tentativa.
Este diálogo es la primera Parábola, más que hablada, representada del Evangelio.
No es maravilla que Satanás haya acudido con la absurda esperanza de hacer caer a JESÚS. Tampoco es maravilla que JESÚS sea sometido, en cuanto hombre, a la tentación. Satanás no tienta más que a los grandes y a los puros.
Apenas bautizado por Juan, JESÚS va al desierto; de la multitud a la soledad.
Había estado hasta entonces entre las aguas y los campos de Galilea y las encrespadas orillas del Jordán; ahora va a los montes pedregosos, donde no nace fuente, donde no espiga grano, donde únicamentre crecen reptiles y espinos.
Había estado hasta entonces entre los braceros de Nazaret, entre los penitentes de Juan; ahora va a los montes solitarios, donde no se ven rostros ni se oyen vocen humanas. El hombre nuevo pone por medio entre sí y aquéllos el destierro.
La soledad es un sacrificio tanto más meritorio cuanto más doloroso. La soledad, para los ricos de alma, es Premio y no Expiación. Una antevíspera del bien cierto, una creación de la belleza interior, una libre reconciliación con todos los ausentes. Unicamente en la soledad vivimos con nuestros semejantes; con aquellos que en la soledad hallaron los magnánimos pensamientos que nos consuelan de los bienes que abandonamos.
No puede soportar la Soledad el mediocre, el pequeño. El que no tiene nada que ofrecer. Quien tiene miedo de sí y de su vacío. El que vive de continuo en la soledad del propio espíritu, desolado desierto interior donde no crecen sino las hierbas venenosas de los parajes incultos. El inquieto, el aburrido, el acobardado, cuando no puede olvidarse en los demás, aturdirse en las palabras ajenas, engañarse en la vida ficticia de los que se empeñaban en él, al mismo tiempo que él de ellos; el que no sabe vivir sin mezclarse, átomo pasivo, a los arroyos que vierten todas las mañanas las cloacas de la ciudad.
JESÚS ha estado entre los hombres y volverá entre los hombres porque los ama. Pero frecuentemente se esconderá para estar solo lejos aun de los discípulos. Pra amar mejor a los hombres es menester abandonarlos de cuando en cuando.
Lejos de ellos nos acercamos a ellos. El pequeño recuerda únicamente el mal que le han hecho; su noche está agitada por el rencor y la boca atosigada por la ira. El grande no recuerda sino el bien y, en gracia a aquel pico bien, olvida el mal recibido. Hasta lo que no fué perdonado en el acto se borra del corazón. Y vuelve entre sus hermanos con el corazón de antes.
Para JESÚS, estos cuarenta días de soledad son la última preparación. Durante cuarenta años el pueblo hebreo -figuración profética, en este punto, de CRISTO- hubo de errar por el desierto antes de entrar en el Reino prometido por DIOS; durante cuarenta días hubo de permanecer Moisés junto a DIOS para escuchar sus leyes; durante cuarenta días hubo de caminar Elías por el desierto para huir la venganza de la mala reina.
También el nuevo libertador ha de esperar cuarenta días antes de anunciar el nuevo Reino Prometido y permanecer a solas con DIOS cuarenta días para recibir de ÉL las supremas inspiraciones.
Pero no estará solo completamente. Están con Él la fieras y los ángeles. Los seres inferiores al hombre y los seres superiores al hombre; los que le arrastran y los que lo elevan; los seres todo materia y los seres todo espíritu.
El hombre es una Bestia que ha de convertirse en Ángel. Si la Bestia prevalece, el hombre cae por debajo de las Bestias, porque pone su entendimiento al servicio de la bestialidad: si el Ángel triunfa, el hombre le iguala, y en vez de ser un simple soldado de DIOS, participa en cierto modo de la misma Divinidad. Pero el Ángel caído, condenado a tomar forma de Bestia, es el enemigo encarnizado y tenaz de los hombres que se angelizan y quieren subir a la altura de que él fué arrojado.
JESÚS es el enemigo del mundo, de la vida bestial de los demás. Ha venido para que las Bestias se conviertan en hombres y los hombres en Ángeles.
Ha nacido para cambiar el Mundo y para vencerlo. Es decir, para combatir al Rey del Mundo, al Adversario de DIOS y de los hombres, al maligno, al burlador, al seductor. Ha venido para arrojar a Satanás de la Tierra, como el Padre lo arrojó del Cielo.
Y Satanás, al cabo de los cuarenta días, llega al desierto para tentar a su enemigo.
La necesidad de llenar todos los días el propio saco es el primer estigma de la servidumbre a la materia, y JESÚS quería vencer también a la materia. Cuando esté entre los hombres comerá y beberá para hacer compañía a sus amigos, y también porque se debe dar al cuerpo lo que, según la ley, le pertenece, y, en fin, por visible protesta contra los hipócritas ayunos de los Fariseos.
Uno de los últimos actos de la misión de JESÚS srá una cena; pero el primero, después del Bautismo, un Ayuno. Ahora que está solo y no humilla a los compañeros de vida sencilla ni puede ser confundido con los pietistas, se olvida de comer.
Pero al cabo de cuarenta días tuvo hambre. Satanás esperaba, achatado en invisible, aquel momento. Si la Materia quiere Materia, le quedaba una esperanza. Y el Adversario habla;
-Si eres Hijo de DIOS, dí que estas piedras se conviertan en panes.
La respuesta está pronta:
-No sólo de oan vive el hombre, sino de toda palabra de DIOS.
Satanás no se da por vencido, y desde la cima de un monte le muestra los reinos de la Tierra:
-Yo te daré todo este poder y la gloria de aquéllos; porque a mí me han sido dados y los doy a quien quiero. Si te inclinas ante mí, todo será tuyo.
Y JESÚS responde;
-Atrás, Satanás, que está escrito: Adorarás al Señor tu DIOS y a ÉL sólo servirás.
Entonces Satanás le lleva a Jerusalén y le sube al pináculo del Templo;
-Si eres el Hijo de DIOS, échate de aquí abajo.
Pero JESÚS, al punto;
-Se ha dicho: no tentarás al Señor, tu DIOS.
"Acabadas así las tentaciones -sigue Lucas-, el diablo se alejó de ÉL durante algún tiempo".
Veremos también su vuelta y su última tentativa.
Este diálogo es la primera Parábola, más que hablada, representada del Evangelio.
No es maravilla que Satanás haya acudido con la absurda esperanza de hacer caer a JESÚS. Tampoco es maravilla que JESÚS sea sometido, en cuanto hombre, a la tentación. Satanás no tienta más que a los grandes y a los puros.